Daniel ya estaba harto de que le dieran largas a la salida del semanario cultural, de donde era el consentido de Andrea, y ponderaba abandonar e
l barco del Grupo Pirámide para dedicarse de lleno a escribir en forma profesional. Lo ayudaba a transcribir sus escritos Glenn, quien capturaba los textos en discos de 3/4, hoy unas antiguallas como las computadores que tenían que calentarse como una hora. En horas de trabajo Sanciprián se estableció frente a las oficinas oficiales de Pistas, en un tendajón donde vendían cerveza y tragos desde las nueve de la mañana, antes de salir los mañaneros sopes y huevos revueltos, o en CU, nombre clave que no significaba Ciudad Universitaria sino Correo de Ultramar, una cantinucha ubicada en un edificio que fue mudo testigo de la Decena Trágica. No recuerdo que Daniel haya visitado esos locales. No se despidió de nadie. Muy pronto supimos de sus éxitos. ¡ Qué manera de aceptar su destino literario ! Ocho años después me contó que había dedicado un poema.
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