domingo, 31 de marzo de 2013

LA CHILINDRINA

Entre 1964 y 1970 mi padre me enviaba a la tienda de don Severo (siempre me dio risa el nombre de su hija Agripina), ubicada sobre la acera sur de la calzada de Constituyentes, para que le comprara su inefable cajetilla de cigarros Raleigh con filtro. En radio decían que "es el cigarro" y lo anunciaba León Michel en la televisión, entonces en blanco y negro. En cambio mi mamá me mandaba a comprar el pan a un tendajón oscuro de la paupérrima calle Sur 126 en la colonia América, ubicada en contraesquina del Panteón de Dolores y frente al bosque de Chapultepec. En ese entonces hasta tenía su guarda-bosque. No recuerdo que el puesto despidiera olor a panadería pero si que tenía una amplia vitrina donde estaban colocados los panes de sal y de dulce. Había que pedirlos por su respectivo nombre: yoyos, cuernos, ojos de Pancha, trenzas,  aviones, rejas, alamares y otros que no recuerdo. Cuando llegó la moderna panadería La Panoya, a Sur 128 casi esquina con avenida Observatorio, ya no había que solicitarlos. Ahora era necesario escogerlos y con una pinzas flexibles colocarlos en una charola. El establecimiento, siempre ostentosamente iluminado, con grandes ventanales y dependientas uniformadas y con una cajera, me imagino que pronto borró a las panaderías del rumbo. Siempre supuse que las chilindrinas eran los alamares, pero la semana pasada me di cuenta que no son así.  

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