A mediados de 1930 Dwight Morrow, embajador de Estados Unidos en México, pagó a Diego Rivera 22,000 dólares para decorar algunos muros del Palacio de Cortés en la ciudad de la eterna primavera. Los murales inmediatamente fueron catalogados como anti-hispanos. En febrero del año siguiente fueron severamente criticados por Alfredo Nisse y en abril por José María Salaverría. Federico Gamboa volvió a finales de 1931 a Cuernavaca. Ese día estuvo en el hoy Museo Regional Cuauhnáhuac. Como era de esperarse, mostró su antipatía por la obra del muralista. Acotó lacónico en su Diario que vió las
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