jueves, 9 de agosto de 2018

MUROS EN CONFLICTO

El domingo 5, en el programa radial de Humberto Mussachio, y esta tarde, en el cubo transparente del roof del edificio de Autoridad del Centro Histórico, la investigadora Ana María Torres Arroyo presentó su libro Murales en conflicto: mercado Abelardo L. Rodriguez (Delegación Cuauhtémoc, 2017). 
Torres Arroyo no deja claro que el mercado fue inaugurado durante los últimos días del presidente interino Abelardo L. Rodríguez, impuesto por Plutarco Elías Calles. A su inauguración asistieron Rodríguez y Cárdenas, otro mandatario, ya electo, impuesto por Calles. En diciembre de 1934, al ocupar la presidencia Cárdenas, comenzaron los cambios políticos que afectaron a los del Departamento del Distrito Federal y la producción de los murales. Desde esta perspectiva es más entendible que los "muros en conflicto" en realidad son una batalla política y administrativa que tomaría nuevos rumbos. En enero de 1936 le envían a Cárdenas un telegrama oponiéndose a la suspensión definitiva de la obra. El 10 de abril es expulsado del país Calles. Sin darse cuenta del cisma político  el 11 insisten, a través de la LEAR, en reanudar la obra. Eliminados del gobierno los sindicatos, organizaciones y connotados callistas (Morones acompaña a Calles en el destierro), los cardenistas impulsaron el corporativismo de las masas campesinas y obreras. En este contexto fueron las autoridades cardenistas las que finalizaron oficialmente la decoración, aunque para 1937 algunos aún los estaban terminando. Este año se fundó el censor y promotor Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad (DAPP, 1937-1939), para producir y censurar películas (no es cierto que muchas cintas pornográfica pertenecen a este periodo, p. 72), noticieros, teatros, libros y periódicos durante tres años. Esos públicos eran los que interesaban al cardenismo y no las escasas amas de casa, bodegueros, comerciantes, vendedores, muralistas descontentos y ocasionales visitantes al, desde entonces, descuidado y sucio mercado. 
Creo que es un contrasentido adornar la portada del libro con la parte más insulsa de la escultura del japonés Isamu Nogochi, una obra de muy difícil acceso, cuando el tema es otro y de paso censura la hoz y el martillo, la única que modeló como lo recuerda Alberto Híjar. Torres Arroyo no cita en la bibliografía la importante monografía sobre el mercado que realizaron varios investigadores en Crónicas, número 5-6 (septiembre de 1999-agosto 2000) pero sí el ridículo librito de Teresa del Conde, Historia mínima del arte mexicano en el siglo XX. Muchas fotografías están oscuras. El pie de nota sobre los mercados Jamaica y el Melchor Ocampo, en la colonia Roma, debieron merecer un capítulo. 

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