miércoles, 6 de diciembre de 2017

DOS MUNDOS Y UN AMOR (1954)

En un Día a de Muertos una hermosa extranjera (Irasema Dilian) pone flores ante una tumba vacía, que molesta a un alto nativo viste de traje porque ahi reposa su madre. Ella se llama Silvia y él Ricardo (Pedro Armendáriz). A las ocho de la noche ella se despide porque tiene que ofrecer un concierto con su  padre (José María Linares). Mientras Ricardo presenta su examen profesional en la biblioteca del plantel, llega la pianista a buscarlo a la Academia de San Carlos. Es de notar que ellos atraviesan su patio sin aparecer la Victoria de Samotracia. 

Minutos después ambos se ven en una cafetería cercana, situada frente a un jardín que sólo existió en la mente del director Alfredo B. Crevenna, porque la escuela está y sigue rodeada de comercios. Como fue reprobado en su examen se alcoholiza en el sótano donde vive. Por la noche Silva va en su busca. Alcoholizado Ricardo se corta la mano, se desangra y se desmaya. Llama a un doctor. Durante su convalecencia se da cuenta que para obtener dinero hace carteles y rótulos. Con la zurda los termina y supuestamente los vende bien. 
Silvia y Ricardo van al telúrico terruño de él, donde hace el amor en la casa de su cruel infancia. Con la gélida aceptación del padre viven juntos en el sótano. En su cumpleaños ella le hornea un pastel con figura de la Torre Latinoamericana. Sospecho que ya intuía el futuro del excampesino, porque tras el desplome de una losa, se convertiría en el arquitecto en jefe de esa magna obra que estaba en plena construcción. 
En una de sus siguientes cintas de Crevenna, Donde el círculo termina (1955), con la hermosa Sarita Montiel, también filma en el interior de un edificio en construcción. Mucho mejor este filme que Dos mundos y un amor.

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