domingo, 19 de septiembre de 2010

1985


Justamente hoy hace 25 años vivía en el tercer piso de un edificio que daba frente a la estación oriente del metro Viaducto. El despiadado sismo me tomó por sorpresa en el comedor. El repentino movimiento me aventó sobre un cuadro donde tenía una caricatura de Rogelio Naranjo. Mi palma derecha dio sobre el vidrio del cuadro. Inconcientemente me encaminé como pude al largo y estrecho barandal. Lo que ví lo consigné al inicio de una crónica, recopilada en el libro ¡Terremoto! (1985).



Los cables de luz chicotearon. Los postes semejaban palmeras. Asfalto y banquetas quedaron agrietados. Ningún autómovil continuó la marcha. Parecía que el fangoso subuselo se abriría violentamente. Desde lejos llegaban polvoirientas nubes: era impisble ver lo que ocurriría más allá del Viaducto, más allá de la estación Xola. Nadie supo descifrar que el asfixiante nubarrón anunciaba muerte y desolación, unos metros más al norte, una estación del metro, en la estación Chabacano.

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