La ciudad de México respiraba intranquilidad. En Durango, Jalisco, San Luis Potosí, Tlaxcala, Michoacán y Puebla habían habido movimientos armados antimaderistas. El gabinete de Francisco Madero temía una rebelión opositora en las calles capitalinas. Confiado hasta la ingenuidad, el presidente ordenó al ministro de Gobernación reglamentar las manifestaciones callejeras, en lugar de aislar a Bernardo Reyes y a Félix Díaz, prisioneros en Santiago Tlatelolco y en la Penitenciaria por sublevación, quienes proseguían a sus anchas los planes para derrocarlo. Madero ignoraba que ese lunes sería uno de sus últimos días como presidente. El embajador cubano Manuel Márquez Sterling le preguntaría ese lunes al entrometido diplomático norteamericano Henry Lane Wilson si estaba próxima la caída de Madero y éste le respondió que "no era fácil, tampoco imposible".
Esa intranquila mañana, alrededor de las 9, falleció Guadalupe Posada en el número 6 de la avenida la Paz (hoy Jesús Carranza), víctima de una "enteritis aguda, alcohólica".
Enfermedad le inflamó los intestinos para provocarle altas fiebres y cólicos terribles en el primer piso de esa casa localizada entre los límites del barrio de La Lagunilla y de Tepito. Hacia el norte, en un domicilio sobre la 4a. de Matamoros, tres obreros anarco-sindicalistas seguían con su deseo de una patria igualitaria.
Minutos después del deceso, los empleados Jesús García, Roque Casas y Felipe Rodríguez buscaron a un médico para obtener el certificado de defunción. Con el documento, pasadas las cinco de la tarde, acudieron con el Juez Auxiliar del Registro Civil para poder sepultar al sexagenario ilustrador en el lejano Panteón de Dolores, localizado en las lomas de Tacubaya. La entrada al camposanto estaba rodeada de negocios de monumentos funerarios, marmolerías y de la pulquería "Don Juan Tenorio en el Panteón".
Según el acta de defunción, encontrada y transcrita por los grabadores Leopoldo Méndez y Alberto Beltrán, Guadalupe Posada fue enterrado en una fosa de sexta clase.
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