domingo, 4 de julio de 2010

ARMANDO JIMÉNEZ (1917-2010)

Desde hace mucho tiempo quería dedicarle una entrega en este blog al arquitecto Armando Jiménez Farías (Piedras Negras, Coahuila, 1917-Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 2010), el exitoso autor de Picardía México (1960, más de 130 ediciones, más de 4 millones de ejemplares vendidos), Nueva picardía mexicana (1971), Sitios de rompe y rasga en la ciudad de México (Océano, 1998), Lugares de gozo, retozo, ahogo y desahogo en la ciudad de México (Océano, 2000) y una decena de obras derivativas. Más que comentar sus crónicas urbanas y sus insólitos personajes de la capital, algunos de los cuales he abordado y aún les persigo su rastro hemerográfico, sobre todo lenonas o prostitutas, como la célebre Matildona, Ruth de Lorge o La Bandida, me interesaban restacar para esta "Bitácora" las obras de los grabadores (Alberto Beltrán, Andrea), dibujantes (José Luis Cuevas, mismo Jiménez o su hijo del mismo nombre), caricaturistas (Andrés Audiffred, Freyre) y pintores (El Hotentote, Frida y los fridos, María Izquierdo) que aparecen en sus célebres obras.

Creo que a "don Armando" o al "señor Jiménez", como indistintamente lo llamaba (él siempre me decía "señor Morales", con acento entre norteño y del cómico Clavillazo), lo conocí hacia 1981 porque para marzo de 1982 aparecí como autor de la "Nota para la septuagésima primera edición" de Picardía mexicana.

A. Jiménez me enseñó a pepenar basura urbana (como tarjetas o volantes) y él me llevó a recorrer algunos sitios a los que jamás he vuelto. Pulquerías como La gallina de los huevos de oro, La bella Hortensia (a unos metros de la plaza de Garibaldi, donde presentó su libro Dichos y refranes de la picardía mexicana en diciembre de 1982) y La hija de los apache, atendida personalmente por el ex pugilista El Pifas, en su antiguo establecimiento de la avenida de Cuauhtémoc. Fuimos al callejón de Manzanares, donde se arremolinaban jovenes prostitutas, provincianas y de ropas ajustadas y cortas. En ese entonces los dos éramos tlalpenses. El tenía una casita por el rumbo de Tlalpan y yo alquilaba un amplio departamento en la calzada Tlalpan, casi esquina con Coruña frente a la estación del metro Viaducto, donde algunas veces llegaba a cenar. Por esa época me cambió casi un centenar de tarjetas postales fotográficas de la CIF por mis tomos de VEA (en realidad hojas seleccionadas de ese semanario). Siempre me prometía fotografías (que nunca me dio) si le revisaba sus textos. Después de 1984 dejamos de vernos, mientras él comenzaba a dar a conocer sus crónicas en el diario Reforma.


En 1987 me pidió mi curriculum para dárselo a Humberto Musacchio, quien preparaba su Diccionario enciclopédico de México: ilustrado, que Andrés León publicó dos años después. Esa misma ficha la utilizaría Musacchio para el segundo tomo de Milenios de México (1999 y 2008). La mañana del 24 de diciembre de 1995 fui a su casa. Me obsequió y dedicó la séptima edición de Cabarets de antes y de ahora en la ciudad de México (Plaza y Valdés, 2004).

En agosto de 1996 publiqué un texto sobre direcciones de prostíbulos en 1919 que rescaté en el Archivo Histórico de la Ciudad de México.
Grande fue mi sorpresa cuando el corregir su Guía de pecadores, que supuestamente sería publicada en varios tomos por esos años, aparecían datos de mi artículo. Me molesté y le regresé su mamotétrcio original amarrado con elegantes agujetas. Al año siguiente me correspondió invitar a escritores para que comentaran sus vivencias sobre el metro para el libro Los hombres del Metro (STC-Metro, 1997). No podía faltar don Armando, quien accedio a escribir un texto. Nos retratamos el día de la presentación de la obra en la explanada de las instalaciones del transporte colectivo.

Me invitó en marzo de 2000 a la presentación de Lugares de gozo, retozo, ahogo y desahogo en la ciudad de México en la cantina El Nivel, que ya pasó a la historia.
Coincidimos la noche del miércoles 7 mayo de ese año en la Adamo Boari, sala subterránea del Palacio de Bellas Artes, con el cronista Héctor de Mauleón. A pesar de que el tema fue "Los cosmopolitas y la 'época de oro' de los cabarets, 1930-1950", pronto el señor Jiménez comenzó a hablar del albur y se perdió en el tema de las carpas. Comentó que Mario Moreno Cantinflas había sido un diestro alburero. Le hice notar su error, ya que el cómico de la gabardina jamás había utilizado el doble sentido como lo sostenía. Mostró sus sorpresa y luego molestía por hacerle esa acotación.



Creo que ya para entonces vivía en Tuxtla Gutiérrez, donde sería declarado "hijo predilecto". Me habla por teléfono para solicitarme información sobre teatros o cómicos, a cambio de invitarme a la capital chiapaneca. Jamás fui, a pesar de que fueron otras personas, como me presumía. El año pasado me invitó una vez más, esta vez para su cumpleaños. Me comentó que sus invitados irían con todo pagado y que el traslado sería en avión o en autobús. Me volvió a llamar para preguntarme si iría y le respondí que en qué lista estaba. Me informó que tendría que ir por mi cuenta y que el viaje costaba menos que ir a Cancún. Le respondí que no. Mostró contariedad y sospecho que ya sabía que de un momento a otro fallecería por cáncer porque me dijo que no habría otra ocasión. Le prometí que en diciembre de ese 2009 pasaría por Tuxtla y que lo iría a visitar. Pero no pude verlo. El pasado viernes 2 mi madre escuchó
en "De la una a las tres",
el programa radial de Jacobo Zabludovsky en Radio Red, que había muerto. Mi padre, quien nos retrató en la sala Boari, me recuerda telefónicamente que alguna vez estuvo platicando en su departamento hasta las 12 de la noche y que en otra ocasión se lo encontró por la Asamblea Legislativa.

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