jueves, 24 de septiembre de 2009

JOSÉ CLEMENTE OROZCO EN BELLAS ARTES

La mañana del sábado 29 de septiembre de 1934 el presidente Abelardo L. Rodríguez inauguró el flamante y marmóreo Palacio de Bellas Artes, que tuvo un costo de 20 millones de pesos, con la asistencia internacional de Douglas Fairbanks (actor y fundador de la productora United Artists), Ramón Novarro (el célebre Ben-Hur [1925] y primo de Dolores del Río) y estrellitas norteamericanas de Hollywood. Dolores del Río, acompañado de su esposo, estuvo en una platea con los pintores Roberto Montenegro y Adolfo Best Maugard. También asistió el cantante José Mojica. Afuera no pudieron recorrer el lujoso recinto 20 mil personas. 

El reportero del periódico Excélsior comentó que en la sala de exposiciones se exhibían obras de la Escuela Central de Bellas Artes. Le impactaron las obras de Saturnino Herrán. Supuso que estaban en proceso los murales de Diego Rivera y de José Clemente Orozco. De la obra de Orozco apuntó que era “una escena de lucha proletaria, de conflagración, de guerra”. En su larga pero apresurada crónico no vio a las tres mujeres que aparecen en el mural.

Ninguna pintura plasmada durante el régimen de Abelardo L. Rodríguez ejemplifica mejor que la obra de Orozco (después bautizada como Khatarsis por el crítico de arte Justino Fernández, ¿quizá por la catarsis de la joven mujer?), esos dos años donde predominaron las prostitutas de lujo tanto en el Foreign Club y el Casino de la Selva como en los temas musicales de Lara, que trató de capturar en un cortometraje el cineasta ruso Arcady Boytler. Pero si Boytler se sumerge en el erotismo somnoliento de Lara, con Dinar Kavkaz que esconde su desnudez en ridículos abanicos [1], Orozco es violentamente sexual para esos años, aún a pesar de poner la mujer de espaldas. Quizá por ello el mural fue de inmediato soslayado.
Lumbreras señala que Renato González Mello, en su libro La máquina de pintar: Rivera, Orozco y la invención de un lenguaje. Emblemas, trofeos y cadáveres (UNAM, 2008), comenta ese desdén de los críticos:

el nuevo mural orozquiano decepcionó a sus otrora simpatizantes quienes fueron, en el mejor de los casos, reticentes a la hora de abordarlo; en sus múltiples acercamientos bibliográficos al pintor, Cardoza y Aragón rehúye el comentario en torno al fresco y a veces la sola obsequia de una mención de paso; Cuesta, como lo subraya González Mello, apenas lo refiere en un artículo sobre el mural de Diego Rivera donde enuncia un juicio: el mural de Orozco está al extremo pictórico del de Rivera; pero no desarrolla su tesis; en esas misma páginas o en otro artículo su promotor e interlocutor epistolar, Aragón Leyva, prácticamente dejó de escribir sobre la pintura de Orozco. [2] 

 
También en ese artículo y citando el estudio de González Mello, Lumbreras dice que esa mujer de la izquierda es una apodada La Chata. A pesar de la mención de La Chata y de un croquis suyo en el texto de Lumbreras en la portada no aparecía su imagen. Por un momento pensé que había sido un tanto censura jornalera el no incluir a esa mujer sonriente y golosa: Sin embargo, al buscar imágenes en Internet me di cuenta que el diseñador utilizó una de wikipedia. [3] El mural, pero con un giro de 90 grados, sirvió como portada a un libro, quizá para ver mejor a La Chata.
N O T A S
1.- Sobre este cortometraje léase mi nota del 16 de septiembre de 2009 en: http://moralex-cine.blogspot.com/search/label/Pel%C3%ADculas%20%28comentarios%29
2.- Ernesto Lumbreras, “El regreso en ’34 y la muerte en ’49: dos efemérides de José Clemente Orozco (1883-1949)”, suplemente La Jornada Semanal, periódico La Jornada. Ahora consultable en: http://www.jornada.unam.mx/2009/09/20/sem-ernesto.html

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