Luis Castañeda como su hijo Miguel son pintores de celuloide que aparecen en la película Doña Clarines (1950), que dirigió el español Eduardo Ugarte, inspirado en la comedia homónima de los sevillanos hermanos Álvarez Quintero. La producción es tan baja que ambos papeles son interpretados por el actor Gustavo Rojo, de la dinastía cinematográfica de ese apellido. Luis, a diferencia de su único hijo, fue un mujeriego. Enamorado de Clara Urrutia tuvo que casarse con la madre de Miguel porque la embarazó. Decepcionada, Clara se volvió una solterona malhumorada, se recluyó en la provincia y maldice de los pintores a quienes considera "indecentes".
Miguel hereda de su padre el pequeño estudio, que tiene un pequeño desnivel de cuatro escalones. Hay pocos lienzos (incluido un retrato que le hizo a su modelo), una victrola, adornos varios, un ventanal sin vidrios (como los que le gustan a Juan Orol y a otros cineastas de la época) y un endeble barandal de madera. A diferencia de películas mexicanas de los cuarenta, aquí vemos al retratista pintar por unos segundos. La cinta arranca cuando al pintor le organizan en ese estudio su despedida de soltero, ya que contraerá matrimonio con la adinerada Marcela Urrutia (Carmelita González), heredera de una fábrica de cerámica que se está viniendo a pique. Durante ese festejo su pudibunda modelo Esther (Yadira Jiménez) canta y baila animadamente, despertanto el apetito del propietario de un cabaret, interpretado por Andrés Soler.
Debido al testamento de su hermano, Clara, ahora convertida en la amarga, claridosa y jamona anciana Doña Clarines, regresa a la ciudad de México. Al enterarse que su sobrina se casará con el hijo del hombre que la traicionó, trata infructuosamente de impedir ese matrimonio. Pero se retracta al saber, por boca de la madre del pintor, que Luis siempre estuvo enamorada de ella y, casualmente, ella también de él, porque atesoró el autorretrato de Luis (por breves instantes en pantalla) que adquirió en una galería. Hacia el final de la película, cuando se supone que su novia está arruinada, Miguel comenta que para salir avante se convertirá en un "pintor de ollita". Este término fue muy popular en México desde los años diez del siglo pasado. Su actual sinónimo sería ser "pintor de brocha gorda", aunque no sé exactamente cuál es su origen. Quizá porque las "ollitas" servían como recipientes para los colores.
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